Mucho se ha hablado en distintos foros sobre aquello referente a la educación, mucho de esto intenta ser un rumbo pedagógico universal, muchas reformas, muchos programas, muchas invitaciones a la calidad. Con todos y cada uno de los esfuerzos aun en la actualidad, (en este entorno globalizado y comunicado) persisten practicas encaminadas a ver a los estudiantes no como personas o como seres en constante crecimiento, aún continúan antiguos paradigmas donde se permite ver a los estudiantes como un contenedor de conocimientos y claro usando un poco de la actualidad hoy se pretende no solo eso, además de ver a los estudiantes como un cumulo de “competencias”. Y aun a pesar de tantos cambios, tantas nuevas frases y etiquetas la pregunta es ¿cuando comenzamos a ver a los estudiantes como lo que son?
Considero que la respuesta es justamente el rumbo de la educación hoy en día, hoy quizá ya no es momento de considerar al estudiante como a un buen matemático o deportista o creativo, hoy puedo decir que ya no es momento de concentrarse en solo individualidades, es más profundo aun (como siempre lo ha sido) es considerar a los estudiantes como personas en formación, como iguales susceptibles de inspiración y como sujetos humanos únicos con particularidades únicas y con necesidades únicas, pero, y digo pero en intención de no enfatizar lo antes escrito porque justamente es una tesis ya trillada en la actualidad. No imagino como puedo ver a un estudiante como persona sin antes yo serlo o como puedo instruir sin yo tener el ejemplo en la instrucción, y no solo lo antes mencionado es afanosamente repetido en los medios educativos es más aun el propósito del día a día en muchos centros y comunidades aúlicas. Es aquí donde el paradigma educativo se ha complicado, es aquí donde tiene su punto de quiebre más recurrente. ¿Cómo es que hacemos la labor docente día con día?, ¿Inspiramos, alineamos, comandamos o compartimos?, ¿El profesor es una agente de cambio o de vicio?, ¿es un modelo inspirador o repulsivo?, ¿Acompañamos o manipulamos?, ¿Obligamos o invitamos?
"Si existiera algo que quisiéramos cambiar en los chicos, en primer lugar deberíamos examinarlo y observar si no es algo que podría ser mejor cambiar en nosotros mismos" (Carl Gustav Jung)
En realidad las mentes brillantes de almas prospectivas han sido destacadas desde todos los tiempos, todos y en cada uno de ellos se ha invitado a ver a las personas como personas, a ser piadoso y mostrar caminos donde exista libertad y tolerancia, comprensión, atención, justicia. Y cuando revisamos estas frases existen pequeños espacios de silencio donde aún no nos atrevemos a hablar de los capitanes de la comunidad aúlica, aun no nos atrevemos a plantear métodos donde el miedo, la culpa o la violencia emocional queden fuera de los espacios aúlicos, aun no nos atrevemos a levantar la voz contra el maltrato a la dignidad personal y a la intolerancia, aún no hemos dado el paso para salir de este atolladero educativo.
Recuerdo que antes el jalón de oreja o patilla era un uso aceptado en las escuelas, “firmes contra la indisciplina se decía”, hoy es maltrato infantil por no mencionar delito sancionable, recuerdo que antes las burlas, el uso de fuerza excesiva eran métodos idóneos para educar al descarriado y en contra parte también recuerdo al alumno intocable, desatento, torpe, ignorante amparado en un sustrato de ley contra el maltrato infantil. La educación ha tenido diversidad de métodos evocados a los alumnos y a mi parecer ninguno inspirado para los maestros, profesores, facilitadores, orientadores o como se prefiera según el profesional.
No existen modelos divulgados donde nos orienten acerca de las emociones en el aula, o lo que proyectamos como personas en este sagrado oficio o el impacto al usar nuestros propios miedos, nuestras propias heridas.
Sería bueno que pudiera enseñar desde mi persona sana, sería bueno que pudiera educar desde mí ser, que existieran técnicas adecuadas para consolidad mi instrucción desde mi desarrollo personal porque al final de cada día el estudiante solo se queda con lo que desde mi ser pude compartir. Se queda con aquello que mi persona le mostró, se queda con remanentes de mi propia pasión, mi debilidad y fortaleza, mi desdén o aceptación, mi humanidad y mi intención en ese tiempo.